En la Grecia clásica no se da el nombre de filósofos a los que se dicen sabios (sofistas) sino a los que, como Sócrates, parten del Solo sé que no sé nada y se autodenominan amantes de la sabiduría para buscar una verdad no recogida del mito sino basada en el ejercicio de la razón (logos) y en la exposición a los demás (el contraste de la razón propia con la razón ajena).
El contexto en que esto surge es la Atenas de mediados del siglo V a. C., durante el prolongado mandato del arconte Pericles. Gestada por el ambiente sociopolítico (esclavismo, democracia), simultáneamente al Teatro y al Arte clásico, se da la partida de nacimiento a la Filosofía, o más bien de la actitud filosófica. La institucionalización del filósofo y su incómoda función social (diferenciada tanto de la del pedagogo como de la del demagogo) comienza tras la condena y suicidio legal de Sócrates, con la Academia de Platón, y continuará con Aristóteles (cada uno de ellos discípulo del anterior).
En la Grecia clásica no se da el nombre de filósofos a los que se dicen sabios (sofistas) sino a los que, como Sócrates, parten del Solo sé que no sé nada y se autodenominan amantes de la sabiduría para buscar una verdad no recogida del mito sino basada en el ejercicio de la razón (logos) y en la exposición a los demás (el contraste de la razón propia con la razón ajena).
El contexto en que esto surge es la Atenas de mediados del siglo V a. C., durante el prolongado mandato del arconte Pericles. Gestada por el ambiente sociopolítico (esclavismo, democracia), simultáneamente al Teatro y al Arte clásico, se da la partida de nacimiento a la Filosofía, o más bien de la actitud filosófica. La institucionalización del filósofo y su incómoda función social (diferenciada tanto de la del pedagogo como de la del demagogo) comienza tras la condena y suicidio legal de Sócrates, con la Academia de Platón, y continuará con Aristóteles (cada uno de ellos discípulo del anterior).